La legionella es una infección pulmonar que se origina a través de una bacteria y se carateriza por la neumonía con fiebre alta, diarrea, dolores musculares o por tener dificultades al respirar.
Las bacterias encargadas de causar esta enfermedadsuelen estar en aguas estancadas y proliferar en ambientes cálidos y húmedos. Una de las mayores fuentes de contagio para las personas lo constituyen los sistemas de agua y aire acondicionado de los grandes edificios como hoteles, centros comerciales, etc.
Entre los factores de riesgo de la legionella que aumentan las posibilidades de contraer esta enfermedad estarían fumar, consumir alcohol, padecer alguna enfermedad pulmonar, tener debilitado el sistema inmunológico, tener insuficiencia renal y además cabe destacar que los hombres son más propensos que las mujeres a contraer la infección.
También influye la exposición a aerosoles o duchas de centros u hoteles, la infección de material sanitario u hospitalario y la infección de fuentes de refrigeración, saunas o sistemas de riego.
Los síntomas más comunes de la legionella suelen ser la fiebre, cansancio, sufrir dolores articulares, tos o tener neumonía, en ese caso suele haber falta de aire, disnea, malestar general o diarrea.
Para tratar la legionella suelen usarse antibióticos, quinolonas y macrólidos. Entre los antibióticos los más efectivos son la azitromicina y el levofloxacino porque penetran en las células donde se encuentra dicha bacteria.
La duración del tratamiento suelen ser de 7 a 10 días pero puede ampliarse en aquellos individuos con problemas inmunológicos o trasplantados.
Este tratamiento debería iniciarse al sospechar que se podría padecer esta enfermedad porque si se trata de forma adecuada el pronóstico será favorable, sobre todo si el paciente en cuestión no tiene otras patologías previas.
De todas formas hay que recordar que esta enfermedad podría incluso ser mortal, especialmente para personas que padezcan otras enfermedades.